Sexo, drogas y Jorge Drexler.
Como una habitación cerrada y sin muebles mientras el resto de la casa permanece suntuosamente amueblada. Así estoy yo sin ti. Veo a la gente en el metro ir de arriba para abajo haciendo de su vida, algo. Y yo vuelvo a los días grises, que además son grises más allá de la metáfora, porque el hombre del tiempo ha dicho que se esperan precipitaciones por el tercio norte, que debe de ser de cuello para arriba supongo.
Ahora me queda medio plato de sushi en la nevera, un culo de una botella de licor y unas sábanas que todavía huelen a ti y no pienso cambiarlas. Voy a estar durmiendo con tu olor todo lo que dure. Y del vodka daré buena cuenta en un arrebato de esos que me dan los domingos por la tarde. Cuando comprendo que Salieri no era en realidad tan hijoputa. Ni el otro tan magnífico.
Me he pasado unos días tumbado en un tipi hecho con almohadones y bebiendo vino. Que sólo faltaban las rosas para tener días de vino y rosas. Pero a nosotros no nos gustan demasiado las rosas. Nos gustan más los cerdos. Y los bichos en general. Siempre que sean peludos y mollosos. Son las dos únicas condiciones para amar y ser amado.
Hasta una vez hicimos el amor, y perdí la virginidad de los que fornican en los aparcamientos del autocine. Nos ha dado absolutamente igual la ciudad. No hemos pisado apenas sus calles, que ya se sabían tu pisar. Y el mío se lo van aprendiendo poco a poco. Le han dado mucho por culo al museo de arte moderno, que solo tiene un cuadro de Modigliani que vale la pena. No hemos visto la estatua del rey, ni se veía el mar desde mi casa que es la nuestra. Hemos estado tirados en nuestra Gomorra de fin de semana. Le hemos dado la responsabilidad a la ventana de la cocina de ser nuestra única ventana al mundo civilizado y sin civilizar.
Y decidíamos qué parejas de pájaros eran novios y cuáles no. Hemos visto a la gente allí abajo pasando frío paseando al perro. O chucho como decimos en nuestro planeta. Has bailado encima de la mesa, y nos hemos hecho mil fotos por toda la casa. Has usado mi champú, que ahora es él quién huele a ti y no al revés. Intenté probarme tus botas y tú me has quitado mi camisa roja. Desayunas café y tostadas para no estar de mal amor por las mañanas.
A las tres eran las dos y a las dos las tres y media. He perdido mi despertador y la luz no me molestaba tanto por los mediodías, ni por los días enteros tampoco. Hemos visto dos películas, una en español y otra en sudamericano. No hemos hablado ni una palabra en inglés, y no me he enterado de la sentencia del juicio final.
Sólo recuerdo haber pisado la calle una vez. Para ir a un concierto de un trovador uruguayo, como anunciaban los carteles. Un tal Jorge Drexler. Que yo creía que hacía falta algo más que una guitarra y voz, pero no. Con mucha imaginación se puede hacer uno de los mejores conciertos a los que hemos ido. Mejor que muchos grandes que nos hacían pagarles la reforma del piso en Tirso de Molina.
Y tú llevabas un chaleco azul y una blusa blanca. Y eché un vistazo girándome a ver las filas de detrás y te confirmé que eras la chica más guapa de toda la platea.
Y el cantante estaba tímido, temeroso de su audiencia. No sabía si le conocían, si cantarían lo que él escribe. Y pedía peticiones a la gente de las primeras filas. Y le hiciste saber que tú sólo querías un perro. Gordo a ser posible.
Que yo no sabía que los cantantes concediesen perros. Pero tampoco sabía que podías irte mañana mismo de esta habitación. Y ahora ya lo sé. Que las horas de los billetes están escritas ahí para cumplirse. Y que donde pone hora de embarque es realmente la hora en que tú y yo nos íbamos a dejar de ver. Y que los aviones despegan cada día desde miles de aeropuertos y que las personas cruzan puertas que tardaran en meses en abrirse de nuevo y que hay que intentar dar abrazos de larga duración para que duren más allá de unos minutos.
Después de dos bises nos fuimos a casa a escuchar las canciones que habían sonado en el teatro y a tomar té con galletas de chocolote y a contar las heridas que nos habíamos hecho de pequeños.
Y creo que no deberíamos jugar tanto con fuego que al final alguien va a acabar enamorándose de alguien. Como en el chiste de Gila. Y luego es muy difícil decir adiós, y es verdad que nosotros ya tenemos el doctorado en despedidas, pero nunca son adioses amargos son un qué noche más corta la de anoche. Porque en las dos semanas que has gastado conmigo desde que nos conocimos no me he dado cuenta de casi nada. Sólo de lo aburrida que puede ser una existencia fingiéndote el tipo más simpático de la fiesta. Y es que no se puede mantener la sonrisa mucho tiempo sin que acabe convirtiéndose en una mueca. Que pobre era sin una boca que besar.
Esta mañana te he guardado luto y me he quedado en la cama más de tres cuartos de hora.
Todo esto es un poco más mierda desde ya.
Como una habitación cerrada y sin muebles mientras el resto de la casa permanece suntuosamente amueblada. Así estoy yo sin ti. Veo a la gente en el metro ir de arriba para abajo haciendo de su vida, algo. Y yo vuelvo a los días grises, que además son grises más allá de la metáfora, porque el hombre del tiempo ha dicho que se esperan precipitaciones por el tercio norte, que debe de ser de cuello para arriba supongo.
Ahora me queda medio plato de sushi en la nevera, un culo de una botella de licor y unas sábanas que todavía huelen a ti y no pienso cambiarlas. Voy a estar durmiendo con tu olor todo lo que dure. Y del vodka daré buena cuenta en un arrebato de esos que me dan los domingos por la tarde. Cuando comprendo que Salieri no era en realidad tan hijoputa. Ni el otro tan magnífico.
Me he pasado unos días tumbado en un tipi hecho con almohadones y bebiendo vino. Que sólo faltaban las rosas para tener días de vino y rosas. Pero a nosotros no nos gustan demasiado las rosas. Nos gustan más los cerdos. Y los bichos en general. Siempre que sean peludos y mollosos. Son las dos únicas condiciones para amar y ser amado.
Hasta una vez hicimos el amor, y perdí la virginidad de los que fornican en los aparcamientos del autocine. Nos ha dado absolutamente igual la ciudad. No hemos pisado apenas sus calles, que ya se sabían tu pisar. Y el mío se lo van aprendiendo poco a poco. Le han dado mucho por culo al museo de arte moderno, que solo tiene un cuadro de Modigliani que vale la pena. No hemos visto la estatua del rey, ni se veía el mar desde mi casa que es la nuestra. Hemos estado tirados en nuestra Gomorra de fin de semana. Le hemos dado la responsabilidad a la ventana de la cocina de ser nuestra única ventana al mundo civilizado y sin civilizar.
Y decidíamos qué parejas de pájaros eran novios y cuáles no. Hemos visto a la gente allí abajo pasando frío paseando al perro. O chucho como decimos en nuestro planeta. Has bailado encima de la mesa, y nos hemos hecho mil fotos por toda la casa. Has usado mi champú, que ahora es él quién huele a ti y no al revés. Intenté probarme tus botas y tú me has quitado mi camisa roja. Desayunas café y tostadas para no estar de mal amor por las mañanas.
A las tres eran las dos y a las dos las tres y media. He perdido mi despertador y la luz no me molestaba tanto por los mediodías, ni por los días enteros tampoco. Hemos visto dos películas, una en español y otra en sudamericano. No hemos hablado ni una palabra en inglés, y no me he enterado de la sentencia del juicio final.
Sólo recuerdo haber pisado la calle una vez. Para ir a un concierto de un trovador uruguayo, como anunciaban los carteles. Un tal Jorge Drexler. Que yo creía que hacía falta algo más que una guitarra y voz, pero no. Con mucha imaginación se puede hacer uno de los mejores conciertos a los que hemos ido. Mejor que muchos grandes que nos hacían pagarles la reforma del piso en Tirso de Molina.
Y tú llevabas un chaleco azul y una blusa blanca. Y eché un vistazo girándome a ver las filas de detrás y te confirmé que eras la chica más guapa de toda la platea.
Y el cantante estaba tímido, temeroso de su audiencia. No sabía si le conocían, si cantarían lo que él escribe. Y pedía peticiones a la gente de las primeras filas. Y le hiciste saber que tú sólo querías un perro. Gordo a ser posible.
Que yo no sabía que los cantantes concediesen perros. Pero tampoco sabía que podías irte mañana mismo de esta habitación. Y ahora ya lo sé. Que las horas de los billetes están escritas ahí para cumplirse. Y que donde pone hora de embarque es realmente la hora en que tú y yo nos íbamos a dejar de ver. Y que los aviones despegan cada día desde miles de aeropuertos y que las personas cruzan puertas que tardaran en meses en abrirse de nuevo y que hay que intentar dar abrazos de larga duración para que duren más allá de unos minutos.
Después de dos bises nos fuimos a casa a escuchar las canciones que habían sonado en el teatro y a tomar té con galletas de chocolote y a contar las heridas que nos habíamos hecho de pequeños.
Y creo que no deberíamos jugar tanto con fuego que al final alguien va a acabar enamorándose de alguien. Como en el chiste de Gila. Y luego es muy difícil decir adiós, y es verdad que nosotros ya tenemos el doctorado en despedidas, pero nunca son adioses amargos son un qué noche más corta la de anoche. Porque en las dos semanas que has gastado conmigo desde que nos conocimos no me he dado cuenta de casi nada. Sólo de lo aburrida que puede ser una existencia fingiéndote el tipo más simpático de la fiesta. Y es que no se puede mantener la sonrisa mucho tiempo sin que acabe convirtiéndose en una mueca. Que pobre era sin una boca que besar.
Esta mañana te he guardado luto y me he quedado en la cama más de tres cuartos de hora.
Todo esto es un poco más mierda desde ya.
4 comentarios:
uy cero comentarios...
hoy no haremos la revolucion, nos da igual que ocurra en el
mundo exterior...estamos muy locos, vivimos a tope, a saco.
Para nosotros todos los dias son nochevieja.
interneeeeeeeee.....
bueno chavales, besos a tos!!!!!!!
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