viernes, diciembre 14, 2007

Salga del metro en la Estación Central. Camine unos cientos de metros hasta la entrada principal, justo enfrente de la Iglesia. Párese debajo de la estatua de un señor a caballo y compruebe si está lloviznando. Súbase el cuello de su gabardina y apriétese el pañuelo que lleva al cuello. Enciéndase un cigarrillo, estará en el bolsillo izquierdo el tabaco y en el derecho las cerillas. Hágalo sin mirar a nadie. Camine hacia el norte. Hacia los barrios caros de la ciudad, donde pronuncian chocolate con un acento diferente. Para saberse diferentes. Ignore los escaparates de las tiendas de recuerdos. Souvenirs que dirían los franceses y los españoles con poca vocación de hablarlo.

Al final de la calle verá a una mujer llevando un vestido verde claro. Horroroso. Mal combinado y sin gracia en sus andares de espera. No tenga duda de que es ella. Fíjese que el color es un verde pálido, como si hubiera sido el último retal en ser tintado de una tirada de a mil. Probablemente es de los grandes almacenes que ella tiene enfrente y usted dejara a su izquierda. Rebase un par de papeleras y puestos de perritos calientes. Hotdogs que dirían los ingleses, los americanos, y los españoles rehabilitándose de sus orígenes. Tire lo que quede de su cigarro al suelo y siga caminado. No quiero que mire atrás, sería un signo de que duda o teme algo. Puede ser que esta mujer lleve un pañuelo atado al cuello. Pero también puede ser perfectamente posible que el que lo lleve sea sólo usted. Súbase el cuello de la gabardina cada cierto tiempo, pues el cuello no estará bien almidonado y usted debe corregir su caída cada dos manzanas aproximadamente.

Un par de vagabundos le pedirán monedas. Nunca piden puestos de trabajo, pasan directamente al jornal. Míreles desafiante a los ojos y siga. Un hombre vestido de oscuro dejara de charlar súbitamente con los dependientes de una tienda para ofrecerle sus servicios como taxista. Ignórele.

Tiene que visualizar perfectamente a la dama del vestido. Ella no sabrá quién es usted. En un primer momento se hará la sorprendida. Esté tranquilo. Como dicen los perdedores, sea usted mismo.

No deberá apretar el paso hasta que no la divise con total nitidez, distinguiendo su figura de la nube de transeúntes que cruzan a esas horas la plaza. Cuando pueda percibir el brillo del logotipo de sus anteojos de sol, entonces acelere su paso. No haga cambios de dirección, ni ralentice su paso bajo ninguna circunstancia. Aborde a los peatones que coincidan con su trayectoria. No se disculpe, no compruebe si lleva todavía su cartera en el bolsillo interior de su americana. Siga caminado de frente.

Cuando se sitúe a su altura, rodéela con ambos brazos y bésela. No diga nada. Tiene que convencerla a ella y al público que forman los peatones de que usted y esa señorita han estado en la cama juntos. Follando probablemente. O hablando de la crisis del petróleo si lo así lo prefiere. Pero ustedes se conocen.

Nadie le estará vigilando. Nadie seguirá sus pasos. Usted está solo en esto. No vamos a cubrir su salida, ni existe un plan B. Tendrá que apañárselas usted solito. Y recuerde que si algo sale mal usted no recuerda nada. No ha estado jamás aquí.

Esto es cuanto le podemos decir para conseguir a la mujer de sus sueños.

Buena suerte.

N. del A. .- Este relato, más allá de la broma que encierra parodiando las películas de espías con un fin mucho más mundano, pretende ser un ejercicio de narración con uso del imperativo. Pues no es habitual la narración en este tiempo verbal.

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