Hoy he vuelto a pasar por la puerta del hotel en el que pasamos el fin de semana. Desde el piso veintiuno de un hotel de cinco estrellas, con toda la ciudad desparramada hasta el mar, todo parece más sencillo. Con zapatos de piel y una chaqueta negra. Con vermouth y gasolina. Con hidromasaje y NBC. Después de las fiebres. No veo la luz, ni el túnel ni el doble sentido de todo esto que nos pasa. Aunque tú estés en Milán otra vez, y detestes tanto esa ciudad y te haya cogido tan fuerte esa chica. Y aunque tú también te vayas a Munich con cama y sopa para sólo un par de días con el dinero suficiente para vivir en una ciudad como ésa. Y aunque tú también te quieras ir, a algún sitio que hablen inglés, y tú en Noruega sin trabajo ni ganas de volver. Y tú por París pensando en poner parquet a la entrada de tu apartamento para ganarle algo de terreno a la humedad. Y tú con las madrugadas de ida y vuelta a Madrid. Y yo con invitaciones en el cajón para ir a Colonia. Nómadas de la globalización. Metidos dentro de las películas. Del periódico, del anuncio, de la cultura del siglo veintiuno. Hijos del efecto dos mil, engendrados en la planta veintiuno. Con la ciudad obligándonos a ser reproductivos y producidos, esquivadores de las crisis. Curricula est. Entrenados en el halago, el elogio y la escalada libre. Con las manos llenas de Magnesio. Nóminas y sedentarios en un desierto de color salmón. Vitaminas, café expresso y sonrisa, abducidos a voluntad, y recaudados para un sistema que nos tiene en necesidad y en apariencia. Nutriendo la elipse para que siga siendo rentable e infinita en su recorrido. Con ganas de coger el teléfono, de poder estampar nuestra firma. Entrenados sin darnos cuenta, en lo corriente, en las cuentas corrientes y las letras pequeñas. Con algunos destellos de alcohol y acelerones, para sentir que aún estamos vivos. Y podamos hablar dos horas más de lo mismo. Somos alfas y betas, congratulémonos, de haber levantado por fin el telón, y salir a escena con vestuario nuevo recién planchado. A recitar un diálogo por todos conocido, tedioso y aburrido repetido hasta la suciedad durante cinco largos años, en dónde nos daban la felicidad en píldoras dosificadas. Pero ahora ya somos alfas y debemos responder a tan alto honor. A producir, a beneficiar a la elipse que nos da cobijo y calor las largas noches de invierno. Dejemos atrás a los gamma, Tokio ya no nos quiere. Ahora somos Manjatan. Seleccionados para élite de la elipse. Para la cresta de la ola, para el azul metalizado y la compasión. Buscavidas, cazafortunas, mercenarios y antropófagos, superiores al fin y al cabo.
Hoy ha estado el cielo nublado. Lleno de nubes negras. A veces no sé qué se nos ha perdido por los mapas. Con tan poco atlas de geografía humana. No sé a qué viene lo de tanto avión, tanto Paul Auster y tanta nicotina heredada de nuestros mayores. Hemos cogido hábitos camuflados como instintos, cuando en realidad no lo son. A la mierda Darwin y el cuello de las jirafas. Ahora resulta que las gaviotas sobrevuelan mi tejado. A un par de kilómetros del mar. Ya vienen tierra adentro. Todo virtual, todo superfluo, todo escondido. Aletargados. Entrenados, esa es la palabra. Enfrascados en una búsqueda tan intensa de la realidad y la autenticidad que somos fotocopias clonadas a imagen y semejanza del que detestamos a nuestro lado. Hasta en lo de ser únicos están las copias hechas y facturadas. Estamos entrenados para la búsqueda de la diferencia, y el rechazo por indiferencia de lo que se nos señale como alienado, cuando los alienados somos nosotros; dejados caer con mimo sobre una misma línea convergente hacia un centro o un algo que se nos escapa. Que nos intersecta. En el infinito nos juntamos con todo lo que nos han enseñado a detestar. Y sin embargo se mueve. Y sin embargo se junta. Sólo nos salvará la tangencia. Eterna en su recorrido común, con una divergencia inalcanzable que permita al menos seguir caminando con algún rumbo separado de la fuerza. Seamos tangentes a la mayoría. Yo de momento no lo soy. Y ustedes tampoco.
Hoy ha estado el cielo nublado. Lleno de nubes negras. A veces no sé qué se nos ha perdido por los mapas. Con tan poco atlas de geografía humana. No sé a qué viene lo de tanto avión, tanto Paul Auster y tanta nicotina heredada de nuestros mayores. Hemos cogido hábitos camuflados como instintos, cuando en realidad no lo son. A la mierda Darwin y el cuello de las jirafas. Ahora resulta que las gaviotas sobrevuelan mi tejado. A un par de kilómetros del mar. Ya vienen tierra adentro. Todo virtual, todo superfluo, todo escondido. Aletargados. Entrenados, esa es la palabra. Enfrascados en una búsqueda tan intensa de la realidad y la autenticidad que somos fotocopias clonadas a imagen y semejanza del que detestamos a nuestro lado. Hasta en lo de ser únicos están las copias hechas y facturadas. Estamos entrenados para la búsqueda de la diferencia, y el rechazo por indiferencia de lo que se nos señale como alienado, cuando los alienados somos nosotros; dejados caer con mimo sobre una misma línea convergente hacia un centro o un algo que se nos escapa. Que nos intersecta. En el infinito nos juntamos con todo lo que nos han enseñado a detestar. Y sin embargo se mueve. Y sin embargo se junta. Sólo nos salvará la tangencia. Eterna en su recorrido común, con una divergencia inalcanzable que permita al menos seguir caminando con algún rumbo separado de la fuerza. Seamos tangentes a la mayoría. Yo de momento no lo soy. Y ustedes tampoco.
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