Parecía ser que iba a llover cuando noté el aire aquí más cálido. Pero al final no hubo chicas bajo las cornisas empapadas ni chaqueta puesta sobre la cabeza escondida entre los hombros.
En la Roxy, en la puerta, conducido en un coche alemán con su melena al viento y a punto de comerse una piza primavera, verano, otoño e hiberno.
Así vi el otro día al muchacho de la foto. Metido por aburrimiento y casi me atrevería a decir que necesidad, en lío de faldas con la Cherokee de Colorado que puse el otro día a este lado de la valla de su vanidad.
Al poco me quité el disfraz de unos de ellos, la chaqueta y me agencié un lugar en la barra, lejos de empujones y esos cuernos que salen aunque cante manolo garcía, por decir un nombre de vulgo; y me puse a escuchar al fulano, entrelazando cubatas como él entrelazaba canciones de ocho minutos.
Mucha atención le presta a lo que dice, supongo que porque para tener sexo anal con la rubia se exige algo más que un estribillo pegadizo y unas melinitas pantén. Que ya tenemos barra tienen una edad. Pero no quiero llevaros a error. Me agrada el muchacho y lo que dice. Pese a que un compañero de trabajo encontrado insistía en convidarme a copas, cigarros y presentaciones absurdas, pude disfrutar de un muy buen concierto. Que sólo dejó caer dos temas de todo lo cerca que puede llamarse grandes éxitos en la carrera del gijonenca. Que acertadamente no hizo bises, por otro lado no es quién. Porque no tocó la más trilladita de todas las suyas. Porque como va siendo tradición no había escuchado ni una sola nota del disco que daba razón al tinglado. Pero aún así me gustó y en posteriores audiciones he comprobado con más sosiego y menos alcohol que en mucho de lo que dice hay un poco de verdad. O al menos la pretende.
Un ave que voló de Gijón hasta Madrid, para sacarse unos duros. Y ya casi parece El cielo de Madrid en la trama argumental.
Bueno que le vasa bonito con la rubia. Y que de cuando en cuando siga poniendo la verdad por escrito. Por obvia que resulte.
En la Roxy, en la puerta, conducido en un coche alemán con su melena al viento y a punto de comerse una piza primavera, verano, otoño e hiberno.
Así vi el otro día al muchacho de la foto. Metido por aburrimiento y casi me atrevería a decir que necesidad, en lío de faldas con la Cherokee de Colorado que puse el otro día a este lado de la valla de su vanidad.
Al poco me quité el disfraz de unos de ellos, la chaqueta y me agencié un lugar en la barra, lejos de empujones y esos cuernos que salen aunque cante manolo garcía, por decir un nombre de vulgo; y me puse a escuchar al fulano, entrelazando cubatas como él entrelazaba canciones de ocho minutos.
Mucha atención le presta a lo que dice, supongo que porque para tener sexo anal con la rubia se exige algo más que un estribillo pegadizo y unas melinitas pantén. Que ya tenemos barra tienen una edad. Pero no quiero llevaros a error. Me agrada el muchacho y lo que dice. Pese a que un compañero de trabajo encontrado insistía en convidarme a copas, cigarros y presentaciones absurdas, pude disfrutar de un muy buen concierto. Que sólo dejó caer dos temas de todo lo cerca que puede llamarse grandes éxitos en la carrera del gijonenca. Que acertadamente no hizo bises, por otro lado no es quién. Porque no tocó la más trilladita de todas las suyas. Porque como va siendo tradición no había escuchado ni una sola nota del disco que daba razón al tinglado. Pero aún así me gustó y en posteriores audiciones he comprobado con más sosiego y menos alcohol que en mucho de lo que dice hay un poco de verdad. O al menos la pretende.
Un ave que voló de Gijón hasta Madrid, para sacarse unos duros. Y ya casi parece El cielo de Madrid en la trama argumental.
Bueno que le vasa bonito con la rubia. Y que de cuando en cuando siga poniendo la verdad por escrito. Por obvia que resulte.
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