sábado, enero 09, 2010

A decir verdad señorita no tengo ni repajolera idea de quién demonios es Nicole Krauss. Igual debería invertir parte de mi espera y mi tributo en conocerle más profundamente. O conocerle a usted que se oculta tras el cristal de bohemia ahumado en verde que tanto detesto, por otro lado. No comer pastelitos de boniato no le hace a uno ser una cucaracha judía. Del mismo modo que no saber demostrar la Conjetura de Poincaré no me convertiría en un imbécil. Esta tarde he estado leyendo a Ray Loriga. Releyendo más bien. Lo que escribía justo antes del apagón de Chicago. Y después he tomado té con leche y con espuma y me he puesto a investigar qué era eso de Poincaré. Habla sobre la topografía en una superfície esférica tridimensional. De hecho aún tengo un poco de cocaína en el cajón de mi cuarto. Me sobró de la última tropelía en que cruzamos el desierto de Arimatea juntos. Nadie piensa en los raíles del tren. Ni en la grava que se acumula entre ellos. Nadie valora a los mojones de las carreteras nacionales. No pensamos en la trascendecia de la tira de adhesivo que nos regalan con los sobres. ¿Acaso sabemos dónde van a parar las anillas de las latas de conserva? Es todo demasiado injusto como para quedarnos de brazos cruzados. Y es justo lo que voy hacer. Quedarme de brazos cruzados hasta que os olvidéis de mí. Y de los gorros de ducha de los hoteles. Malditos anacardos.