sábado, enero 16, 2010

Golpeé las baldosas de la cocina con mi espalda. No sentí dolor pero sí frío. Dejé resbalar mi cuerpo hacia abajo, deslizándome y recreándome en el paso de mis vértebras sobre cada surco dibujado por los azulejos. Como lo ñúes que cruzan el río infestado e infectado de cocodrilos. Que a su vez juegan a sacar el reloj de imitación de la pecera de la feria de las vanidades.
Y de este modo fue como llegué hasta el suelo. Como me quedé en una postura incómoda, ergonómicamente estúpida y apuesto a que con la pinta de un imbécil equilibrista.
El vaso no estaba ni medio lleno, ni medio vacío. Estaba justo a la mitad de su capacidad total. Demasiado lejos de mi nuevo escondite recóndito a seis palmos de tocar la cara con el suelo. El verdadero momento en el que descubres que has alcanzado el éxito. La gloria. La posteridad.

1 comentario:

ASTRID G. dijo...

Kerouac, ¡qué sorpresa tan agradable! Muy buen cazador, muy bueno.

"En el camino" tienes que pasarte por Sabadell. Recuerda: té con un chorro de vino blanco caliente, ¿no? (que no esté a seis palmos de tocar la cara con el suelo, por eso).